La cultura es importante. Es la principal fuente de progreso o retroceso social. En ninguna parte lo vemos más claramente que en la condición de la mujer. La cultura judeocristiana -y tal vez una palabra más adecuada sea civilización- ha producido a lo largo del tiempo los códigos legales, el lenguaje y la prosperidad material que han elevado enormemente la condición de la mujer.
Pero este progreso no se comparte en todas partes.
Todavía hay cientos de millones de personas que viven en una cultura -la islámica, por ejemplo- que da por sentada la inferioridad femenina. Hasta hace poco, estas culturas -la occidental y la islámica- estaban, en su mayoría, separadas. Pero eso está cambiando. Dramáticamente.
Un gran número de hombres inmigrantes procedentes de Oriente Medio, el sur de Asia y diversas partes de África han traído a Occidente, concretamente a Europa, una serie de valores diferentes. Sólo en 2015 llegaron más de un millón. Hay más en camino.
Como consecuencia, los delitos contra niñas y mujeres -manoseos, acosos, agresiones y violaciones- han aumentado considerablemente. Estos delitos ilustran la marcada diferencia entre la cultura occidental de las víctimas y la de los agresores.
Que quede claro: no todos los hombres inmigrantes, ni siquiera la mayoría, se entregan a las agresiones sexuales o aprueban dichas agresiones, pero es un grave error negar que el sistema de valores de los agresores es radicalmente diferente del sistema de valores de Occidente. En Occidente las mujeres están emancipadas y son sexualmente autónomas. La religiosidad y el comportamiento sexual o la restricción sexual están determinados por los deseos individuales de las mujeres. El otro sistema de valores es uno en el que las mujeres son vistas como comodities (es decir, su valor depende de su virginidad), o al nivel de una prostituta si son culpables de “inmodestia” pública (llevar una falda corta, por ejemplo).
No creo que estos sistemas de valores puedan coexistir. La cuestión es qué sistema de valores prevalecerá. Desgraciadamente, esto sigue siendo una pregunta abierta.
La situación actual en Europa es muy preocupante: no sólo las mujeres musulmanas de Europa están sometidas a una considerable opresión en muchos aspectos, sino que esas normas corren ahora el riesgo de extenderse a las mujeres no musulmanas, que sufren el acoso de los hombres musulmanes.
Uno pensaría que las feministas occidentales de Estados Unidos y Europa estarían muy perturbadas por esta evidente misoginia. Pero, lamentablemente, con pocas excepciones, no parece ser el caso.
Es común entre muchas feministas occidentales esten en confusión moral, en la que se dice que las mujeres están oprimidas en todas partes y que esta opresión, en palabras de la feminista Eve Ensler, es “exactamente la misma” en todo el mundo; en Occidente igual que en Pakistán, Arabia Saudí e Irán.
Para mí, esto sugiere demasiado relativismo moral y una comprensión inadecuada de la Sharia. Es cierto que la situación de las mujeres en Occidente no es perfecta, pero ¿puede alguien negar realmente que las mujeres gozan de mayor libertad y oportunidades en Estados Unidos, Francia y Finlandia que en Irán, Pakistán o Arabia Saudí?
Otras feministas también han argumentado que las mujeres no occidentales no necesitan ser “salvadas” y que cualquier sugerencia de que “necesitan” la ayuda de las feministas occidentales es insultante y condescendiente con las mujeres no occidentales.
Mi punto de vista es práctico: hay que alentar cualquier esfuerzo que ayude a las mujeres musulmanas, ya sea que vivan en Occidente o bajo gobiernos islámicos. Hay que apoyar todos los esfuerzos para presionar a estos gobiernos para que cambien las leyes injustas.
Las feministas occidentales y las líderes occidentales tienen que tomar una decisión sencilla: o disculpar lo inexcusable, o exigir la reforma de las culturas y doctrinas religiosas que siguen oprimiendo a las mujeres.
Nada lo ilustra mejor que lo ocurrido en Cologne (Alemania) en la Nochevieja de 2015. Esa noche, durante las celebraciones tradicionales de la ciudad, numerosas mujeres alemanas (467 en el último recuento) denunciaron haber sido acosadas o agredidas sexualmente por hombres de origen magrebí y árabe. En dos meses, se habían identificado 73 sospechosos, la mayoría de ellos procedentes del norte de África; 12 de ellos han sido vinculados a delitos sexuales. Sin embargo, en respuesta a los ataques, la alcaldesa feminista de Cologne, Henriette Reker, emitió una directriz de “mantener el brazo extendido” a las mujeres. Simplemente “mantén un brazo de distancia” entre tú y una turba de hombres árabes, aconsejó a la población femenina de Cologne, y estarás bien.
Los comentarios de la alcaldesa Reker subrayan la gravedad del problema: estamos ante un choque cultural. El primer paso para resolverlo es defender sin reparos los valores que han permitido el florecimiento de las mujeres. Las feministas, con sus organizaciones, redes y poder de presión, tienen que estar en primera línea en esta batalla. Su relevancia depende de ello. Y también el bienestar de innumerables mujeres, occidentales y no occidentales.
Fuente:
Ayaan Hirsi Ali para PragerU